jueves, 29 de noviembre de 2012
miércoles, 28 de noviembre de 2012
Mi perro también es demócrata
Dos de la tarde. Una uruguaya,
una catalana, una madrileña y un vasco, la combinación perfecta para discutir sobre política. En principio, el consenso parece
difícil y más si uno de los integrantes de la discusión prefiere comenzar el
ensayo con el siguiente comentario: “un vasco y tres personas más”. Con la idea
más o menos planteada y un bloc de notas bajamos a reponer fuerzas a “100 Montaditos”. Eligiendo los
pedidos empezamos a discutir sobre las distintas maneras de vivir esta
asignatura. Todavía no nos habían
servido cuando a la vista de las distintas opiniones y de lo difícil que sería
llegar a un acuerdo, alguien exclama: “¡cada uno tiene su opinión, no discutáis
más!”. En ese minuto de silencio posterior nos dimos cuenta que acabábamos de
actuar de la misma manera que los políticos a los que íbamos a criticar. Sin
llegar a ninguna conclusión, la conversación quedó zanjada.
Quedarse callado es una opción,
pero no es la única forma de renunciar al diálogo. Tergiversar, contradecir,
descontextualizar, perder las formas,
etc. Son también ejemplos que suelen
terminar con la pérdida del sentido y fin último de las palabras. Rápidamente
nos comenzamos a “ladrar” y nos olvidamos de que: “Quien de verdad sabe de qué
habla, no encuentra razones para levantar la voz”1.
Hace un par de semanas acudimos a
una conferencia sobre “Fe y política”, a cargo de Julio Banacloche. Durante la
ronda de preguntas contó su experiencia en el parlamento: el Partido Popular le
había pedido que defendiera la inconstitucionalidad de la ley del aborto, al
llegar al parlamento expuso su discurso ciñéndose en todo momento al problema
legislativo. En ningún momento atacó la legalización desde el punto de vista
moral. Sin embargo, al finalizar, el representante del PSOE exclamó: “¡Usted
quiere imponer su postura!”. Para contestar a Banacloche este diputado había
preparado un discurso, prejuicioso, que no solo no se adecuaba a lo que este
había expuesto, sino que le había
imposibilitado una escucha atenta.
Cuántas veces nos pasa que antes de que el otro exponga su idea, ya
estamos pensando en cómo vamos a defendernos. Parece que nos gusta escucharnos
hablar a nosotros mismos, más que llegar a verdaderas soluciones. Fácilmente,
renunciamos a pensar en nombre de una falsa tolerancia. Sin escucha, todo
discurso político queda en la mera opinión, de la misma manera que sin diálogo
toda amistad queda en la superficialidad.
Finalmente consideramos que la
existencia de un diálogo argumentado e interactivo en el que los participantes
se escuchan mutuamente y expresan de
manera racional y bien argumentada su opinión, representa la condición básica
de un régimen democrático y que no solo sienta las bases del discurso político,
sino que tiene lugar también en las conversaciones más cotidianas. Todo ello se
resume en un conjunto de normas
cívicas fundamentadas en el respeto, la
escucha y la capacidad de expresión de cada uno de los componentes que dialogan
e interactúan para la búsqueda de “soluciones” concretas, en el caso de los
políticos, o por el mero enriquecimiento
personal, llegando incluso a aceptar como propias las ideas del oponente que
con su discurso y nuestra actitud receptiva han llegado a convencernos.
Pamplona, Noviembre2012
martes, 20 de noviembre de 2012
La sexualidad, hoy y ayer
Son frecuentes los casos de
abusos sexuales y violencia de género, y mucho más frecuente es la publicidad
que pone a la mujer como principal reclamo. Sobra decir que no hablamos aquí de
un reclamo o un atractivo intelectual sino meramente sexual. La mujer no
aparece como un objeto de admiración sino de deseo y posesión desordenada. El erotismo
e incluso la pornografía inundan las páginas de la prensa, las revistas de
moda, las redes sociales, los medios online, los escaparates, las canciones o
las calles. Ante esta situación general, muchos se alarman y buscan culpables.
Sin embargo, me atrevería a decir
que nadie es del todo responsable de este fenómeno. Mejor dicho, o lo somos
todos, o ninguno. Creo que es un círculo vicioso que se retroalimenta solo. ¿Qué
fue antes el huevo o la gallina? Quién empieza, ¿el diseñador de la minifalda
de éxito o la niña de quince años que se remanga la suya y sirve de inspiración
al diseñador? En la sociedad en que vivimos, esta corriente del “destape” en su
punto más álgido se ha instalado y forma parte de nuestra manera de pensar y
ver el mundo, nos agrade o nos parezca denunciable.
Hace cincuenta años, el panorama
era radicalmente distinto. Si hablas del tema con alguna persona de más de
setenta, seguramente te dirá que se encuentra escandalizada por lo que
explicábamos al principio. Si le pides que te hable de cómo vivió él o ella el
tema del sexo, puede que seas tú quien acabe escandalizándose. Mi abuelo me
contó que, para él, cogerle de la mano a mi abuela cuando eran novios era casi
pasarse. En mi opinión, tampoco esto es bueno ni normal. Entonces, ¿qué es lo
natural? ¿Existe una forma de vivir el tema del sexo o la sexualidad
“correcta”? ¿No dependerá más bien del momento histórico en el que uno vive?
Ante estas cuestiones, la
respuesta podría ser que efectivamente, no hay respuesta, y que en un tema tan
polémico o delicado como este, en el que se mezclan moral, religión e
ideologías, no hay forma de medir ni establecer verdades. No obstante,
considero fundamental hacer el esfuerzo de pensar seriamente en el hombre y en qué papel juega la
sexualidad en este desde un punto de vista antropológico. La sexualidad debe
ser una forma de expresar nuestro amor y entrega incondicionales y no solo una
vía para experimentar placer. La mujer es mucho más que un cuerpo o una
actitud, y el hombre mucho más que instinto. Por nuestra condición de humanos
podemos decidir, si no, no estaremos ejerciendo nuestra libertad, que es justo
lo que nos hace humanos. El sexo puede tener como consecuencia el nacimiento de
una persona nos guste o no.
Este hecho ya debería darnos
pistas acerca de la verdadera naturaleza y fin de la sexualidad. Entonces, lo
consideraremos como un valor inamovible en el tiempo y la distancia, y una
verdad para transmitir y defender siempre que lo veamos necesario. Pero, y como
le oí decir a una psiquiatra en cierta ocasión, la sexualidad y todo lo que le
concierne es, al fin y al cabo, solo una parte más del intelecto y del
individuo y merece la misma atención que el resto. Tiene por tanto que estar
integrada y asimilada en equilibrio con otros temas importantes. Sin dejarlo de
lado, pero sin obsesionarnos.
jueves, 1 de noviembre de 2012
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